Debía
decírselo mirándolo a los ojos. No podía ser de otra manera ¿qué se creía ese
hijo de puta? ¿Quién era él para venir a romperle el corazón a ella? A ella que
todo lo dio por él, que pasó días en el hospital acompañándolo cuando tuvo
peritonitis, que escondió sus mil tormentos para no preocuparlo, que le
recordaba cuando debía pagar las cuentas, que lo animaba cuando el mundo se le
hacía demasiado pesado, ella que le construía pequeños oasis para estar en paz
¿quién se creía para hacerle eso? A ella que se hizo mujer con él… ¡Ah! Pero se
lo iba a decir, le iba a decir a la cara lo poco hombre y cabrón que había sido
inventándole todos esos cuentos de hadas, todas esas palabras bonitas que una a
una sus acciones fueron derribando.
Andrea caminó
hasta el metro con decisión, se subió a su vagón atormentada, se bajó en la
estación temblorosa y se paró en la puerta del negocio de Alfredo agónica ¿cómo
pudo? Recién entonces comprendió lo que había sucedido; la habían
dejado. Ya no vería más a Alfredo al despertar por las mañanas, ya no habría
más peleas por la ducha, ya no tendría que escuchar sus sugerencias dietéticas,
nunca más haría el amor con ese hombre… ¡oh por dios! ¡Nunca más! Pero claro,
si él nunca hizo el amor… todo fue una ilusión, un cuento muy bien contado.
La campanilla
de la puerta sonó, un cliente abandonaba la tienda y llevaba en los ojos el
reflejo de Alfredo. La muchacha solo pudo salir corriendo de allí ¿Cómo
pudo? –Pensaba- Corrió tres cuadras hasta llegar al muelle. Las olas
siempre la calmaban, pero esta vez solo agudizaron su tristeza… ¿qué fue del
hombre del que se enamoró, el chico que decía amarla? ¿Quién era Alfredo? Sus
recuerdos del hombre cariñoso que la hizo tan feliz chocaban con el hijo de
puta que ahora la dejaba. Andrea ya no sabía nada… y no quería saber.
Nunca se lo
dijo, pero Andrea estaba segura que
Alfredo era el amor de su vida. Él no era muy romántico… sabía que nunca
tocaría a su puerta con maravillas y chocolates –aunque le gustaba fantasear
que si- sabía que no la invitaría al cine a ver una película romántica, ni
siquiera a una cena a la luz de las velas… ella sabía que Alfredo no tenía nada
del príncipe azul pero por algún motivo que escapaba de su control lo amaba. Y
no le dijo que era el hombre de su vida para no quedar aún más vulnerable ante
un hombre tan lejano a lo que ella veía del amor.
Sentada en
el muelle observando las olas recibió un mensaje de Alfredo;
“Te quiero, seamos amigos”.
Lo que más le dolía a Andrea era la tibieza de
sus palabras; no zanjaba nada, no era capaz de decir que no la amaba aunque así
fuera y eso hacía que su corazón mantuviera las esperanzas aunque su mente
supiera que ya no era correspondida. Pensó en lanzarse al mar, pensó en volver
a la tienda y gritarle a Alfredo lo hijo de puta que era, pensó incluso en
tragarse su lágrimas y conformarse con ser la amiga de quien hasta hace unos días
era su novio ¿qué sería más doloroso; perder a quien se ama o tenerlo cerca sin
poder tocarlo? Debía descubrirlo.
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