Queridísima Sofía:
Agradezco tu carta y la preocupación que en ella reflejas. Yo estoy bien, los días transcurren lentos en este asilo de las horas. El sol me empuja por la mañana y acompaña mi día como un testigo lento y cansado. Las labores son aquí las mismas que las de allá; me baño temprano por la mañana con el agua fría de una ducha oxidada, en un baño amplio y gélido que aumenta como nada mi sensación de soledad. Luego, voy al comedor donde tomo desayuno con las otras hermanas; un desayuno insípido que nos recuerda el verdadero significado de la austeridad. El silencio reina en todo el monasterio y el canto de las aves me recuerda constante que he abandonado mi libertad.
El voto de silencio ha comenzado a resultarme un gran regalo, permite evitar las conversaciones triviales y me da tiempo para navegar en mi mente tormentosa. Agradezco ampliamente este tiempo y silencio y disfruto de ambos mientras el sol dibuja un arco en el cielo...
No obstante, querida Sofía, el mundo aquí no es simplemente de ensueño... Recientemente he comenzado a ser víctima de los más terribles espíritus. Han entrado en mi pupila un día mientras me quedaba dormida y me visitan cada día a la hora de dormir. Me hacen pensar en cosas terribles... terribles, carnales y terrenas... intento borrarlas de mi mente de inmediato, pero al mismo tiempo las quiero... deseo esas cosas terribles y ansío con un hambre voraz poder sentir una caricia, un beso... quizás algo más.
Los espíritus me brindan las más burdas imágenes de cuerpos varoniles... y sin entender como, siento que mi cuerpo se expande y mi respiración aumenta. Temo que las otras hermanas perciban de algún modo que al demonio que me habita. Intento con esquivo éxito concentrarme en mi oración, pero de pronto mi rosario es el más sensual objeto que he conocido; no puedo sino percibir la sutil suavidad de sus cuentas entre mis dedos y esa dureza comienza a parecerme lo más apetecible del mundo entero. Entonces, la perversión se apodera de mí y mueve mi cuerpo de las formas más extrañas y así, como presa de un instinto absurdo, no puedo más que llenar mi vacío con cada una de las cuentas del rosario y sentir la culpa de este sacrilegio carcomiendo mi alma. ¡Estoy sellando mi perdición!
¡Oh! Sofía! solo dios sabe la vergüenza que siento de mi misma y lo mucho que evitaría tener que contarte todo esto si pudiera.... pero Los Espíritus reclaman cada noche saciar mi hambre y mucho me temo que he caído ya reiteradas veces en la seducción de estos monstruos, embriagada de este nuevo sentido sutil y seductor.
Como verás, mi corazón ya no cuenta con la limpieza requerida para adorar a nuestro señor y temo el monasterio me cierre pronto las puertas. Recurro a ti porque sé que conoces bien el mal que enfrento; espero tu experiencia y cariño puedan guiarme en la mejor manera para liberarme de este tormento.