Tu cara se derrite ante mí como la cera; tus gestos antes amados
son ahora solo aberraciones.
Mi cuerpo entero vomita los recuerdos de tus cínicas
caricias y el asco invade cada espacio entre mis células.
Un ser despreciable en su máxima forma, un monstruo atávico disfrazado
de girasoles marchitos.
Te odio casi la mitad de lo que me odio a mí misma por
haberte querido.
Mi alma requiere extinguirte de mí, borrarte de mis labios,
de mi piel y mis huesos.
El malvado eco
de mi cráneo clama sangre; cortar los
labios, arañar la piel, triturar mis huesos.
Licuar mi corazón y dárselo de
beber al árbol que muere entre nosotros.
No basta morir, no basta desaparecer, no basta anular la maldita
mente que me llevó a quererte. Es preciso desmembrar cada trozo de mi ser;
reducirlo a su mínima expresión y aún entonces seguir orando para que aquel
maleficio se marche de la yo que ha muerto.
Una puta ríe a carcajadas en la esquina. Se burla de la
estupidez de los corazones crédulos y las pieles ansiosas, se burla de la gente
que se traga las palabras vacías que dicen otros que no los conocen.
Ella sale indemne de todas sus luchas.
Yo; maldita y desgraciada, soy la carroña
despreciada por los gusanos.
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