Tengo una vocación que quizás sea mi condena.
Una sobre empatía que me va quebrando de a poco...
Tengo frente a esta persona indefensa, desestructurada, envuelta en el caos más absoluto, con el cuerpo convulsivo y el sinsentido a flor de piel y tengo que calmarla, tengo que contenerla y decirle que todo estará bien... aunque no lo sé. La tranquilidad vuelve de a poco... la crisis a pasado, la "bella indiferencia" se apodera de ella, el mundo vuelve a ser un lugar habitable y su frágil psique vuelve a funcionar "como se esperaría".
Yo tengo que seguir mi camino... y lo sigo. Estuve donde tenía que estar, hice lo que tenía que hacer... pero algo de eso se quedó en mi... y ya no me deja vivir.
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Siento que no puedo más con tanto dolor que debo presenciar, tantas heridas abiertas, tantos niños que sufren al punto de perderse y no poderse encontrar, al punto de convulsionar y romperse a sí mismos, al punto en que no pueden más... Siento que no tolero este rol que tengo, la respuesta estatal para intentar enmendar el daño que otros han ocasionado... el estado es el mayor vulnerador de nuestros niños; los vulnera cuando no los protege, los vulnera cuando no hace justicia por ellos, cuando deja libres a sus abusadores, cuando cuestionan sus relatos quebrados por el dolor, cuando no les da atención que necesitan, cuando se olvida que son personas y solo los ve como un número al que hay que responder...
No quiero seguir siendo parte de esto, no quiero seguir presenciando el dolor en este estado, no quiero seguir siendo un ensamblaje más en la inoperante máquina estatal que se llena la boca al hablar de los derechos del niño pero no hace más que vulnerarlos una y otra vez...
Y sin embargo ¿Qué hacer si no?