¿Cuántos
siglos habían pasado desde entonces? No estaba segura. A penas recordaba lo que
era sonreír, intuía vagamente que hubo tiempos mejores pero la actualidad se
presentaba irremediablemente vacía y parecía que la vida hubiese sido siempre
así. Andrea se acostumbraba muy rápido a la tristeza.
En realidad
solo había pasado una semana desde el quiebre con Alfredo, pero la profundidad
de su dolor era tal que sobrevivir a la agonía de un día se sentía como cargar
con un año de amargura. Claro, nadie más lo sabía. La amistad que Alfredo había
ofrecido se diluyó paulatinamente quedando solo vagas palabras un par de veces
a la semana. Nunca quiso saber mucho de ella, pero debía mostrar interés para
reducir la culpa de haberle roto el corazón. Alfredo estaba demasiado ocupado
con sus problemas y las cosas de la nueva tienda, no había espacio para
escuchar las tristezas de una niña.
Para la
segunda semana la situación se hizo insoportable; Andrea dejó de comer y de salir, no se
levantaba de la cama, no hacía nada más que llorar y dormir. Su cuerpo se fue
debilitando de a poco; estaba pálida y fría todo el día, en la noche llegaba la
fiebre y pensamientos delirantes comenzaban a asediarla; escuchaba voces que le
decían que era mala, que nadie la quería, que no merecía nada. Otras veces
escuchaba pasos como los de Alfredo u olores que le recordaban a él, así en
medio de la fiebre comenzaba a repetir su nombre como buscándolo, pero nunca lo
encontró. En medio de la noche despertaba preguntando en medio de lágrimas ¿por
qué? ¿Por qué me hiciste eso? ¿Por qué no me mataste? La muerte, entre todo su
tormento, aparecía entonces como una solución que se llevaría consigo el
agónico pasar de los últimos días
El día
miércoles alguien tocó su puerta, con algo de esfuerzo se levantó para abrir. La
figura que reflejaba el espejo de la entrada parecía no corresponder con como
ella se recordaba, se dio cuenta de lo
pequeños que estaban sus ojos y abrió la puerta con la extrañeza de no
reconocerse. En el umbral estaba Ana,
con las manos cargadas de bolsas de súper mercado y dejando en claro que le
debía un gran favor:
-
¡Me debes una grande Andrea!
-
¿Qué pasó?
-
¿Qué pasó? ¡Mírate! Has faltado una semana a
clases y parece que esta semana tampoco tienes pensado ir
-
No…
-
Pues yo he decidido que al menos debes comer –dijo
levantando las bolsas.
-
Estoy comiendo
-
Claro que no, mírate.
-
Tengo los ojos pequeños… no me quiero ver
-
Me he ido de la casa.
-
¿Por qué?
-
No les ha parecido bien que esté embarazada
-
¿¡Estás embarazada?!
-
Tres meses
-
¿y Rodrigo?
-
No sé de él desde el Sábado
-
¿va a saber?
-
No lo sé
-
¿Helado de chocolate y una película para llorar?
-
Por favor
Andrea conocía a Ana desde hace poco. Tuvieron un semestre intenso
trabajando juntas en casi todos sus ramos y se hicieron buenas compañeras. Era
una buena persona pero algo egocéntrica, por algún motivo estaba convencida de
que todo en la vida tenía que ver con ella; para bien y para mal. Cuando Andrea
desapareció de clases se creó la insensata idea de que no la quería ver más y
por eso no iba. La llamó una noche preguntando por que ya no quería ser su
amiga, ahí se enteró del quiebre con Alfredo. Comprendía muy bien ese dolor:
quién ella creía era el amor de su vida se fue de viaje a Brasil por dos
semanas… y habiendo pasado más de un mes no parecía querer volver, Ana intuía
que no lo volvería a ver.
Ana Luz era fuerte, tenía todo lo que a Andrea le faltaba;
personalidad, fortaleza, extroversión. Quizás por eso cuando estaban juntas
Andrea intentaba ser fuerte, no quería que la viera llorar, no quería que la
viera triste, como siempre no quería que nadie viera sus tormentos, porque el único
que los conoció salió huyendo.
Comieron helado, vieron una película y pidieron una pizza. No querían
hablar, las dos estaban sufriendo, las dos estaban solas en esa ciudad tan
vacía, sabían que nada las haría sentirse mejor, sentían lo extraño que era
seguir vivas con el corazón roto. No eran las mejores amigas, pero ahora la
vida las unía en el dolor y la compañía en los momentos difíciles es siempre un
bien preciado. Andrea estaba enferma, no es buena idea comer tanto después de
tantos días sin probar bocado, Ana la acostó en su cama y le hizo un té de
hierbas, luego se fue a dormir al sofá.
A las tres de la mañana Ana despertó con los gritos de Andrea, corrió a
su pieza pero se paralizó en la puerta; Andrea abrazaba sus piernas y se hundía
en un llanto desconsolado, gritaba y pedía clemencia, que por favor parara, que
por favor la matara. Se llevaba las manos a la cabeza y gritaba aún más fuerte,
parecía un dolor insondable. Ana sintió miedo pero corrió a abrazarla.
-
¡Andrea! Andrea no pasa nada, estoy aquí, mírame…
-
No quiero más
-
¿Qué no quieres más?
-
No quiero más –repetía extenuada.
-
Andrea estoy aquí, calma, todo va a pasar.
La presencia de Ana calmó un poco a Andrea que aún estaba confundida,
no sabía si soñaba. Ana puso su cabeza en su regazo y comenzó a cantarle una
canción. Andrea se durmió llorando.